Exhausto

Hace dos días me di cuenta lo cansado que estoy. Me lavé el pelo dos veces. Mientras empacaba el almuerzo para mi familia, el contenedor lleno de pollo molido con maní se escapó de mis manos y lentamente rodó bajo la estufa. Eran las 7:20 am. El cansancio se ha convertido en un compañero frecuente. ¿Les suena?

Los días parecen largos y lentos, pero acá estamos, otra vez en marzo. En esta nueva extraña realidad, parece que hay un acuerdo tácito de aceptar que ahora esta es la vida. Una vida donde se trabaja desde casa (si puede), donde las rutinas se asientan alrededor del Covid y la disponibilidad de cuidado. La vida no para y cada día llega con un nuevo afán. Como migrante, me siento preparado para lidiar con esas bolas curvas que me tira la vida. Crecer en un país en guerra lo vuelve a uno práctico y desconfiado. Pero este es otro tipo de conflicto, acá la guerra es contra el tiempo, el cansancio y la incapacidad de aceptar.

Por muchos años, he tratado de meditar, sin lograrlo de manera consistente. Estos días, medito mucho limpiando platos y doblando ropa. Pierdo la paciencia cuando ante mis ojos veo un salpicón de medias, especialmente las de mi hijo. ¿A dónde van las medias? Cuando esto termine, quiero hacer una fiesta de medias perdidas. Así, podremos intercambiarlas y compartir las historias de las rutinas que seguimos en las noches, cantando canciones de animales o teniendo las mismas discusiones día de por medio cuando el cepillo de dientes vuela por el baño.

Hace once años estaba en Haití trabajando en la respuesta al terremoto. Explotado de trabajo, emocionalmente agotado y con poca esperanza. Estaba también empezando a aceptar la muerte de mi hermano. A veces, la vida embate con todas sus fuerzas, te mira a los ojos y dice desafiante “ ¿Qué va a hacer?”

Hay múltiples caras del agotamiento. A veces es desapego. Ese proyecto al que le hemos invertido tiempo y amor ya no nos importa. A veces, bufet emocional: todo lo que puedas sentir en una hora. Va desde “me voy de acá porque acabas de tirar la leche en le piso que limpié durante la siesta” hasta llorar en silencio cuando ese mismo hermoso hijo toca el saxofón en el aire como si el mundo dependiera de ello. A veces, es la ilusión de tener las cosas bajo control, un sentido de normalidad en los tiempos más extraños.

En este año, he mejorado mis habilidades culinarias y de improvisación, de lo cual me siento orgulloso. Me pone triste pensar que me tomó una pandemia para ser consistente en hacer mi parte del trabajo de cuidado y doméstico no por un día o una semana, sino cada día. Pienso en mi mamá soltera, separada. Cuando ella tenía mi edad, yo tenía 17 años. Ella trabajaba tiempo completo, incluyendo la mitad del sábado, lo hizo hasta el año pasado. Pienso en la fuerza opresiva, fulminante de las noches, cuando el cansancio lo cubre todo y no hay tiempo para pensar o para llorar porque hay que alistarse para el otro día. A veces, soy implacable con mis papás, en mi cabeza los juzgo y no comparto sus decisiones. Pero con el lavaplatos como testigo, he aprendido a respetar y entender lo que implica y significa tener hij@s, construir un hogar, alimentar una relación de pareja y decidir meterle el hombro cada día. También entendí que cada uno decide cómo actúa en la vida y debe cargar con la responsabilidad que ello implica.

Ahora llamo a mis papás más seguido.

A veces estoy tan cansado, que me levanto temprano, me baño y me visto para luego notar que es domingo. En estos tiempos, los fines de semana son una ilusión para quienes cuidamos a nuestros hijos, a nuestros padres, ya estén lejos o cerca y para cuidar a las personas que amamos. Tomar decisiones es difícil y molesto. Muchas cosas que debería estar hacienda y que no hago y cuando tengo tiempo no quiero.

Empecé a tomar café hace tres años, un regalo de la paternidad. A veces, tomo café después de la cena para evitar desmoronarme en pedazos antes de la media noche. Antes de dormir, me dan muchas ganas de comer chocolate y uvas pasas. A veces me doy cuenta de que llevo horas sin tomar agua o que estoy de mal genio porque me comí la mitad del almuerzo. A veces estoy tan cansado que no lo caliento y me da rabia comer frio frente a la pantalla del computador. Así debe ser como se sienten los niños pequeños.

Hay días en que el dolor de cabeza me da vacaciones y el sol sale. Días en que siento que puedo ser un adulto funcional exitoso. Soy agudo en las reuniones de trabajo, dejo el inbox en cero y hablo con colegas por teams. Alcanzo a escuchar medio podcasts, ver los goles de la premier y me quedan 10 minutos antes de salir del cuarto de atrás a la vida familiar. Estoy seguro que no voy a poder hacer lo mismo mañana, pero no tengo espacio mental aún para pensar en mañana. Como cambiando de zapatos, la mente se mueve a cena, baño, pañales, loza.

En estos niveles de agotamiento he encontrado momentos de claridad profunda y de gratitud. Momentos en los que puedo ver quien soy debajo de la chaqueta de invierno, el trabajo que tengo y las etiquetas de papá, hijo, amigo, pareja. Cada día trato de aceptar y entender mejor lo que esto significa. A veces, es mucho al mismo tiempo. Por eso, una mañana decidí escribir en un cuaderno todas las preguntas que me estoy haciendo y con marcador rojo y en letras grandes escribí “De esto hablamos en tres meses”. El cuaderno lo guardé con mi ropa de verano. Cuando me da por la preguntadera, me acuerdo de que las vacaciones mentales son válidas y necesarias.

Hace un año, mi hijo aprendí a hablar. Hoy cambia de idiomas como cambiando canales en un televisor. Hace un año estaba fascinado con el impacto que su vida ha tenido en la mía. Hoy, con mucha humildad, agradezco la paciencia que tiene con este imperfecto ser que le tocó de papá. Aún no tengo las palabras para describir con fidelidad la magnitud de este año, cuidándolo y permitiéndole que me cuide, ayudándome a sanar heridas que pensé era imposible. Tengo una gratitud eterna por su presencia y su amor y porque en cada libro que leemos dice “el papá no está acá porque está lavando los platos”.

Mandándoles amor, paciencia y valentía. En este agotamiento, estamos juntas.