Cómo ser un papá feminista: dos años después

Por Sebastián Molano

20 semanas después del nacimiento de mi hijo decidí escribir algunas reflexiones sobre el proceso de convertirme en un papá feminista (en inglés). En medio de las crisis por la pandemia, el incremento exponencial de la violencia machista contra las mujeres y la creciente movilización contra la policía en Estados Unidos -donde vivo- por la violencia racial (#BlackLivesMatter), decidí sentarme nuevamente a reflexionar, esta vez, luego de 23 meses en esta aventura de ser papá. Aprendiendo a ser papá como un aprendiz del feminismo, con lo malo, lo hermoso y los momentos de quiebre y reflexión.

No hay duda de que la llegada de un niño o niña le da a los hombres una oportunidad única de explorar y reconfigurar los componentes tóxicos, rígidos y dañinos de ser hombre y de ser papá. Es una oportunidad para redimirse de los pecados del patriarcado, ese patriarcado en el que crecemos, nos desarrollamos y del que nos beneficiamos cada día. Hoy, los hombres podemos plantearnos una forma de ser y existir diferente gracias al feminismo, a las feministas y a sus luchas, también a las personas y los colectivos LGBTI. Más que nunca, hay una urgencia para los hombres de actuar decididamente contra la violencia machista y el sexismo.

Las ideas que presento acá no son para todo el mundo. Si usted es un hombre que busca un atajo, un camino rápido o un manual de IKEA para la paternidad, esto lo va a decepcionar. Convertirse en un papá feminista es un proceso de viaje, en el que uno busca reconstruir los cimientos de quién es como persona. Si le suena y se le mide, siga que está invitado.  

La voz patriarcal que sale de mí

Mi vida ha cambiado drásticamente en los últimos dos años, las nuevas rutinas, las largas noches con sus días y la ruleta emocional han sido las únicas constantes.  He tenido mucho tiempo para reflexionar sobre mi experiencia como hijo y cómo está afectando mi manera de ser papá. A mi papá lo adoro y con los años hemos forjado una amistad y complicidad sólida. A pesar de esto, he revisitado mi vida con calma y me ha dejado triste, con rabia y con dolor. Al mismo tiempo, ha nacido en mí una empatía profunda y la posibilidad de verlo como una persona y no como una figura de poder en mi vida. Con sus errores y sus virtudes, con sus falencias y sus hermosas cualidades.

En los últimos diez años, he tratado de erradicar de mí los rastros de la cultura machista y violenta donde nací y crecí en el corazón de los Andes en un país en guerra. Ahora como papá, he empezado a notar que una nueva voz emerge de mí, como una flor que busca el sol en la mañana, es mi voz patriarcal.

Cuando mi hijo se porta como niño en cuarentena, me escucho diciendo las mismas cosas que mi papá me decía cuando pequeño y que ahora entiendo que me asustaban. Me escucho diciéndole a mi precioso hijo que se quede quieto, que no haga esto o lo otro o que recoja lo que acaba de tirar. Escucho la inflexión de mi voz y veo el poder que tiene sobre su ser. Escucho los rastros de la voz de mi papá en la mía. Me recuerda que pese a todo el trabajo que he hecho para desintoxicarme de la masculinidad tradicional y sus componentes, aún están ahí.

Ser papá me ha enseñado que la paciencia es como una olla con agua, puede pasar de fría a hirviendo en segundos. Cuando empiezo a sentir esa ebullición, busco resistir la necesidad de gritar uno “NO” o “para ya”. Trato de contener las ganas de quitar una botella de agua que gotea o un marcador sin tapa. Pero soy humano y fallo. Un día, vi que mi reacción asustó a mi hijo. Me sentí avergonzado y decepcionado conmigo mismo. Me senté en la sala junto a sus muñecos y se me salieron las lágrimas. Él, en su inocencia y su amor, puso su mano sobre la mía y dijo “está bien papá, todo va a estar bien papá”.

Cada día recuerdo que esa voz vive en mí y está buscando oportunidades para salir. Mi responsabilidad es callarla, dejarla morir. Presten atención a esa voz en sus vidas, con sus parejas, con sus hijas/os. Como dice bell hooks, el patriarcado y la opresión se aprenden en casa y los niños aprenden a cargar ese peso a donde van.

Mi maestro Zen

Por mucho tiempo he soñado con pasar algunas semanas en un retiro budista en las montañas del Himalaya. Ponerle pausa al mundo y sumergirme en el silencio y la contemplación. Desde que me volví papá, este deseo se ha hecho más fuerte. Pienso en esto sobre todo en las noches cuando lavo los platos y limpio la cocina. Esas son mis nuevas formas de ejercicio, limpiar, lavar y cocinar. Ahora entiendo porque muchas mujeres no quieren que nadie se les meta en esos espacios, no porque disfruten la sobrecarga de tareas en el hogar, sino porque ese es el costo que se paga en el mundo machista para poder tener tiempo a solas. Cuando a mi pareja le da por ayudarme, el saco rapidito de la cocina.

La idea de la impermanencia del tiempo ha tomado vida propia en este rol de papá. Cada día soy testigo de cómo emergen palabras nuevas de mi hijo, a veces a cuenta gotas y otras como lluvia caribeña. La manera tierna en que dice palabras evoluciona rápido y cada día su personalidad se hace más evidente. Hago lutos diarios porque pierde el interés en un libro que ayer adoraba o ya no me pide que saque la guitarra y cante el cacharrito después de comer. He aprendido que cada uno de los momentos es sagrado y que así este cansado del mismo juego, la misma historia o la misma vaca lola, lo tengo que aprovechar, porque tal vez mañana ya no va a importar.

Cuando mi hijo se pone de mal genio o pierde la paciencia, le pido que me mire a los ojos y respiremos dos veces juntos. Le tomo las manos y le digo “paciencia hijo, paciencia”. A veces lo escucho repetir paciencia o respirar profundo cuando está con hambre o se le caen las torres. A veces le doy una mirada de papá y él responde “paciencia paciencia”. Un día, finalmente entendí que mis solicitudes por paciencia y respiraciones profundas son un reflejo de mis propias limitaciones y mi hijo, un espejo.

Hace cuatro meses, mientras bailaba en la guardería, se fracturó la pierna. Estas fracturas son muy asustantes y al mismo tiempo, muy comunes. El pobre pasó 3 semanas con una “bota mágica” sin poder hacer muchas cosas. Desde hace un año, tengo un problema en la rodilla derecha que no me deja jugar fútbol. No ha habido un solo día en que no me pregunte ¿porqué me está pasando esto? Hace unas semanas, mientras coloreábamos en la sala mencioné su bota mágica. Me miró y por primera vez dijo “yo triste bota mágica… bota mágica se fue!” y siguió jugando. Ese día aprendí que mi problema no ha sido el dolor físico sino mi apego a él.

¿Cuándo perdí la habilidad de soltar las cosas y seguir mi vida?

Ya no sueño con Nepal. Tengo en mi casa un maestro Zen que me da cátedra sin hablarme. Me permite ver la sabiduría que trae cuando pongo de mi parte toda la voluntad para estar presente. Lo intento cada día, y fallo constantemente. La arrogancia de creer que como papás les enseñamos a los hijos a ser hombres ha sido remplazada con las lecciones que recibo de este pequeño ser que me enseña el arte de vivir.

Sé que un día crecerá y desafortunadamente perderá algunos de estos hermosos regalos que me da. Mi papel como papá es poner atención, cultivarlos en mí y dárselos de regreso.

La urgencia del cuidado

La paternidad es activa, se construye con las acciones, no con las palabras. La realidad es que para los hombres las expectativas sobre el cuidado de los otros, las tareas del hogar y la corresponsabilidad han sido históricamente tan bajas, que cuando un hombre adopta comportamientos que rompen con ese modelo, muchas personas, incluyendo muchas mujeres, sacan el carro de bomberos y echan flores por saber cocinar, lavar, limpiar o cuidar de otros. Esas mismas cosas que en las mujeres y las mamás son exigidas. Esto se llama el “efecto pedestal”. Para los hombres que leen esto, bájense de ahí, no están haciendo nada del otro mundo, sólo siendo adultos funcionales.

Si quiere ser un papá feminista, no espere que le den un tratamiento preferencial por tomar tiempo del trabajo para ir al doctor, al colegio o por tomarse el tiempo de licencia de paternidad. O por decir no a un ascenso porque implica menos tiempo en casa. Usted no está haciendo nada diferente a lo que la mayoría de las mujeres hacen cada día. Más bien, use su voz y el privilegio de ser hombre en una sociedad machista para crear cambios en las normas y las reglas. No, el feminismo no necesita crear espacio para usted y su voz. Usted debe hacer feministas todos los espacios que ya ocupa. Y no, tampoco espere flores por eso.

El trabajo del cuidado es muy difícil. Muy complejo. Requiere una alta dosis de trabajo mental y emocional. Es aprender a convivir con la noción de que no hay suficiente tiempo ni energía en cada día para hacer todo lo que hay que hacer para cuidar de usted, su pareja, los papás, los hijos, los amigos, el trabajo y el planeta. Pero cada día uno encuentra propósito y amor en lo que hace para cuidarse y cuidar de los demás. El cuidado no es una tarea, es una práctica.

Las mujeres no tienen una habilidad para cuidar por naturaleza. Esa es una construcción creada que encasilla el cuidado en el reino de lo femenino y refuerza la relación de que cuidar es de mujeres. Es una de las estrategias del patriarcado para mantener la asimetría de las relaciones de poder. El cuidado es lo que nos hace humanos y nos humaniza. Como hombres, como papás, el cuidado es la puerta de entrada al cambio, a transformar la vida.

Como muchos de ustedes, llevo tres meses en mi casa. Para muchas personas, sobre todo mujeres, el estar en casa es muy peligroso. La violencia machista ha aumentado exponencialmente. La violencia a manos de un hombre. Creo firmemente que la única manera de erradicar la violencia machista no es como resultado de la ausencia de violencia sino la presencia del cuidado. Es aprender a cuidarse a uno mismo, aprender a articular sentimientos con palabras y meterse de lleno al trabajo emocional. La violencia es la muestra más clara de la debilidad de un hombre y la vulnerabilidad es la fuente inagotable para ser un papá feminista.

El camino para ser un papá feminista no es fácil o evidente. Muchas veces, ni siquiera hay camino, se va haciendo al andar. He encontrado en mi pareja, en mi mamá, mi abuela, mis tías y muchas mujeres maravillosas en mi vida los mejores ejemplos para seguir en este proceso. Nunca podré agradecerles por toda su paciencia y enseñanzas, por todo su cuidado. Ellas me dan aliento cada día para descubrir mi propio camino. Espero que estas reflexiones les ayuden a encontrar el suyo.